Círculo infantil

Las personas somos a veces un poco como la directora de un círculo infantil en una isla caribeña llena de contradicciones:

«Mamá, a traer al niño no puede venir en short, aunque el calor sea lo único que ha sido realmente nuestro, como la tristeza, al círculo tiene que venir bien vestida, ahóguese de calor si hace falta, pero bien vestida, no puede venir triste, mamá, aunque la tristeza sea estructural, aunque venga del hierro mismo, aunque sea verde como una palma, mamá, al círculo no puede venir con tristeza, usted no tiene problemas reales, mamá, usted no tiene por que estar triste, eso se le va a pasar, mamá, pero delante de mí no se ponga así, porque entonces creo que es débil, mamá, que usted es una dramática y llora por todo, no me haga esa escenita mamá, aunque usted piense que es valiente llorar, no llore, que mire que usted es una mujer, mamá, y llorar siendo mujer es como el colmo de la bajeza, de la debilidad, mamá, mire que a mí me hace sentir incómoda la vulnerabilidad ajena, mamá, que me recuerda la mía propia y eso sí que no, en eso sí que no voy a caer, mamá, que mucho me ha costado convencer a todo el mundo de que yo no me hundo, de que soy fuerte como un hombre, mamá, como esos hombres que viven engañando y burlándose mamá, burlándose para no mirarse al espejo, y mucho trabajo me ha costado llegar a ser uno de esos hombres, mamá, aunque yo sea en realidad una mujer hecha de tablas mal puestas, aunque en realidad yo sea una mujer apuntalada, apuntalada con madera mojada, mamá, porque ni siquiera me han autorizado las vigas, mamá, y yo también tengo calor, también sudo, pero mire, mamá, qué bien vestida vengo, ¿se da cuenta, mamá?, yo también me estoy ahogando pero no lloro. No lloro. No lloro, mamá.»